El ocio y los asesinos del tiempo

“El ocio es la madre de todos los vicios”, reza el antiguo proverbio. De madre conocida, nunca quedó muy en claro quién eraa el padre. La frase ocupa un lugar central en sermones de domingo, y reprimendas paternas.

Por Nicolás Sosa Baccarelli*

Indagando en etimologías, descubrimos que la palabra “otium” ha presentado a lo largo de la historia varias acepciones y más de una interpretación. Se la emparentó con el descanso y el reposo. También se la relacionó con la soledad, la tranquilidad y la calma. Quizás su acepción más difundida sea aquella que la vincula con el contenido de “tiempo libre”.

El ocio ha funcionado desde la antigüedad como un parámetro de clasificación social. El término estuvo ligado, a veces, a la actividad intelectual. En la Grecia antigua, eran los filósofos quienes integraban los círculos sociales más elevados y quienes disponían de “más tiempo” para ejercitarse en su disciplina contemplativa. Los guerreros los seguían en la escala, luego los artesanos, y finalmente el resto, ocupado en tareas físicas, privados del placer del “ocio”.

Más tarde, el sistema capitalista se construyó y se mantuvo sobre la base de la enajenación del ocio. Nadie es tan pobre como para no tener nada: quien “no tiene nada”, tiene su tiempo y lo vende.

Existió también un concepto opuesto al de la palabra “ocio”: el “nec otium”, literalmente, “no ocio”: así nació la palabra “negocio”.

Cuando el tiempo se ahueca, aparece un ser extraño. Los domingos a la tarde suele entrar sin permiso a los hogares y se echa sobre los sillones de la sala, sin pudor. El aburrimiento es un bicho pegajoso y repulsivo, es un pariente de sangre del ocio aunque es mucho más insoportable, si no se sabe sobrellevar.

Hay una fobia general hacia él y ha metido tanto miedo que queremos del día cualquier cosa, menos “aburrirnos”. Contra el aburrimiento se ha creado una cantidad infinita de remedios. Ninguno ha demostrado un efecto tan eficaz como la televisión e internet. Mediante estos recursos solucionamos el verdadero problema: una forma moderna de “horror vacui”, de “horror al vacío”. Queremos “llenar” el vacío del tiempo, no importa con qué.

Tenemos terror a aburrirnos. Quizá terror a estar solos y encontrarnos con nosotros mismos. Pero hay todo un mundo de inventos para que eso no ocurra. Vivimos en la era del entretenimiento: siempre paveando, pero “entretenidos”; todo debe ser “divertido”.

También se puede deambular por la web y usar las redes sociales. Allí leemos un par de cientos de palabras y saltamos de link en link “clickeando” unas cuantas miles de veces. Y así se pasan las horas, casi sin ruido.

Miro las dos mil y pico de páginas de “Guerra y Paz” y me pregunto cuántos héroes habrán, dispuestos a emprender esta proeza existencial en los tiempos que corren. Pobre Tolstoi, se le están acabando sus lectores.

Disponer de tiempo, en una sociedad de seres sin tiempo, es una responsabilidad atormentadora. Entonces… ¿qué hacemos? Solucionamos el problema de raíz: lo matamos. El asunto es angustiante: con la falta que nos hace, a muchos, el tiempo, aparecen estos locos que lo matan.

“Matar el tiempo” es una de las frases más enigmáticas que ha acuñado el ser humano. Pero a la vez, es un eufórico grito de libertad. Matar el tiempo es matar lo que nos mata. Que la muerte valga.

*Columna publicada en mayo de 2012 y más vigente que nunca.


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