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Cómo hablamos: El lenguaje inclusivo

La propuesta, gramaticalmente plausible y consistente con el efecto social que persigue, dependerá de la aceptación de la comunidad lingüística que valore positivamente al grupo del que se origina.

Por Luis París, lingüista

¿Qué es el lenguaje inclusivo? Cabalmente, lo ignoro. Sólo tengo la referencia de que se propone usar el marcador ‘e’ como un tercer género gramatical, junto al femenino y masculino, en aquellos casos de plurales que remiten a un conjunto de individuos humanos que incluye a personas de más de un género.

Actualmente, si nos referimos a un grupo que incluye mujeres y hombres que ejecutan una actividad decimos, por ejemplo, “todos fueron a la playa”. Es decir, elegimos el masculino “todos” para indicar por defecto a un grupo heterogéneo. ¿Por qué esa preeminencia del masculino? Exactamente no lo sé, pero se trata del comportamiento típico de la mayoría de las lenguas que marca género (no todas lo hacen) y se asume que se trata de una valoración en el sentido de que esa comunidad lingüística encuentra inaceptable tratar a hombres con el género femenino pero sí acepta forzar a las mujeres a un tratamiento masculino.

La propuesta inclusiva sería para esos casos usar “todes” no sólo para no violentar a las mujeres sino sobre todo para incluir, imagino, a un tercer sexo. Como lingüista me parece una propuesta gramaticalmente razonable por varias razones. Primero, la lengua nos pertenece, la comunidad lingüística puede y debe expresar sus valores en ella. La idea de que hay que pedirle permiso a la Real Academia Española para legitimar un uso es absolutamente colonial y ligada a un hispanismo católico que ya fue denostado razonablemente por Sarmiento.

Como en tantas cosas, también hemos ido para atrás en esto de las ideas de nuestro prócer y hoy en los medios, aquellos mismos que muestran un uso de la lengua que se regocija en su pobreza, son los mismos que preguntan si una expresión está o no autorizada por la RAE. La eficacia en el uso y el prestigio (en el sentido de nuestra valoración sobre el hablante y sus intenciones) legitiman una expresión lingüística, las academias lo único que deberían hacer es registrarlo.

Segundo, esta propuesta inclusiva define un contexto gramatical muy específico para su utilización, referencia a grupos multi-genéricos. Tercero,  el género en la lengua es gramatical, es decir, no tiene una referencia necesaria a los genitales, tal que cosas como una computadora se gramaticalizan con el género femenino e, incluso, en otras variedades del español la misma cosa es masculino (“el ordenador”).

Cuarto, es una propuesta que no violenta la lógica interna de la lengua, como sí lo hace, por ejemplo, decir “todos y todas” (claramente antieconómico) o decir “la presidenta” ya que nos obliga a acuñar “el presidento”. Quinto, el lenguaje articula nuestras representaciones cognitivas y emocionales, es decir, condiciona aquello que pensamos sobre el mundo, y este pensamiento determina a su vez nuestra experiencia de ese mundo, cómo lo vivimos.

Si existe la igualdad de géneros y si el género no es binario está bien que lo incorporemos a nuestro inconsciente a través de la gramática.

Dicho esto, la temática excede al lenguaje en distintos sentidos que no puedo abordar aquí. Por lo pronto, es posible que la bandera de la inclusión haya sido levantada por un grupo radicalizado con una agenda política mucho más amplia. Si es así, la posibilidad de éxito del lenguaje inclusivo es inexistente. Estos grupos se caracterizan por promover un pensamiento dicotómico que, aunque se presente como progresista, no  supera la religiosidad tribal: de este lado están los buenos, los elegidos por Dios que, no casualmente, somos nosotros; del otro lado está el mal, el demonio, todos los que no piensan como nosotros. No es una estrategia democrática y las lenguas privilegian el consenso aún cuando acepten a regañadientes la fuerza de una dictadura, como lo saben los vascos, gallegos y catalanes que vivieron el franquismo.

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