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El viejo bodegón sin nombre propio -o “la bodega de Aguinaga”-

Por Onelia Cobos

Soledad Rodríguez es hija de una amiga y compañera del secundario. Esta mañana me ha preguntado por el nombre de un viejo bodegón en Viamonte y Almirante Brown, donde construyen el Barrio Rincón de Viamonte.

Nadie parece saber nada. Toda la población es nueva. Chacras vive la fiebre del crecimiento joven.

Explorar el ayer en la búsqueda de un nombre identificador para integrarlo icónicamente al hoy es querer preservar los orígenes y respetar las raíces de un lugar.

Asistimos a la construcción del presente de este pueblo envuelto en un perfil de modernidad, de barrios privados con escuelas propias donde el urbanismo integra servicios para comodidad y uso de sus muy ocupados dueños.

Este presente intenta rescatar alguna señal de lo que fue el lugar en el pasado, en este caso el nombre de lo que la población conoció como “la bodega de Aguinaga”, en referencia al nombre de sus dueños. La vieja bodega no tuvo otro nombre.

La futura escuela allí pensada podría llevar la denominación de la bodega.

Y ha sido suficiente esta búsqueda para despertar en el recuerdo de unos pocos habitantes de aquellas 160 hectáreas, la crónica del lugar casi perdida.

Una memoriosa Nidia Sileone recuerda a Noemí Becerra de Aguinaga como dueña de los viñedos que abrazaban a la bodega. Un mar verde de veranos y uvas maduras, paraíso de pájaros mañaneros, silencios de siestas rurales donde el tiempo parecía dormido.

La bodega fue alquilada a José Granata, cuñado del señor Sileoni, y quien se convirtió por muchos años en su capataz. Allí crecieron sus dos hijas: Aurora y Nidia, quienes tuvieron un futuro urbano.

La señora de Aguinaga enviudó sin hijos y se casó con un tal Escaparra. Tampoco tuvieron hijos.

Un sobrino, Rafael Videla quedó heredero.

Lo que aparece en nuestra memoria, en imágenes borrascosas, es esa esquina de Viamonte y Almirante Brown, donde una única tienda de ramos generales, “López y Elías” constituía el negocio  grande del pueblo, al que íbamos muy de vez en cuando porque nos parecía muy alejado del casco de la villa. Una población que se movía en bicicleta para todo, sin autos en las calles y con un escaso transporte público.

Llegar a esa esquina, donde empezaba la total ruralidad, era el paseo que nos alejaba de lo ciudadano. Era alejarnos de la plaza de las flores, de la Iglesia, del cine, de la Policía, de los comercios como la panadería, la carnicería, la farmacia…

Era visitar la viña misma que se volvía aroma embriagador en el tiempo de cosecha, cuando aparecía marzo, con sus toques dorados de otoño y Chacras toda, era como una linda niña de “chapecas largas”.

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