Archivo | abril 4th, 2016

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Social Club: Los Sociales del Kilómetro 0

Vecinos, amigos y visitantes de paseo en la zona más transitada de Chacras de Coria: la Plaza y sus alrededores. Una parada inevitable es el kiosco de diarios y revistas del Correveidile, donde fueron tomados muchas de estas imágenes.

La barra brava de Chacras, en el banco del Pety: Marcelo y Facundo, los muchachos de la quiniela; Pedro Lemus con Valentina en brazos, Nano Gracia, la señorita Lili, de la Teresa O’Connor, Esteban Rafín, Juan Antonio Ayala –ciclista él- el Pety, Miguel Lanzilotta y Walter Ayala.

Arturo Martín Perceval con su flamante familia: Romina Garrido y Alfonsina.

Mildred Torok, nacida y criada en Chacras, hoy funcionaria municipal, con Eugenia Cabalín.

Abuelo orgulloso. Carlos Barrera Oro con el recién llegado Juan Francisco Muñiz.

Anabella Sosa y Jaqueline Blum, madre e hija disfrutan el pueblo.

Gabriel Coquito Reboredo –gran jugador de rugby en sus años mozos- y su descendencia: Manuel y Joaquín.

Andrés Arenas; el verdadero Negro López, Tati Gaibazzi y Teresa de Arenas.

Daniel Pacheco, director de FM Vorterix; Paola Vela, Fernanda Morales y Gerardo Villegas.

Giancarlo Spinetta –nada que ver con Luis Alberto- y Melisa Abaca.

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Lino Giacoboni: Un luthier en Chacras

Las partes del todo: Se dedica a la construcción y restauración de instrumentos de cuerda clásicos. Vecino de Chacras, visitamos su taller y descubrimos un poco más acerca de su trabajo.


Se llama Lino Giacoboni, tiene 30 años y nació en Sarmiento, una ciudad ubicada al sur de la provincia de Chubut. A Chacras de Coria llegó en febrero de 2015, motivado por su mujer y su familia. Antes de instalarse en nuestro pueblo, Lino se recibió de maestro y técnico en luthier en la Universidad Nacional de Tucumán, donde cursó materias como dibujo técnico, botánica, física, química o luthería técnica. En su familia no hay músicos: su madre, escribana y su padre, ingeniero; sin embargo, desde niño fue estimulado en el lenguaje de los instrumentos de cuerda. Aprendió guitarra y se dio el gusto de tener una banda adolescente de rock alternativo. “Armar y desarmar objetos siempre me gustó. Desde el televisor hasta los autitos con los que jugaba. También podría haber sido ingeniero, pero me orienté por esto porque combina la música con mi gusto por la creación”, dice en su taller de Chacras de Coria una calurosa mañana de febrero.

Pensó en tener una fábrica de guitarras, aunque en el camino descubrió que su arte abarcaría también el armado de violines, violas y celos. Al valor agregado de lo artesanal le suma la trayectoria que acumula desde su juventud y la impresión personal que aflora en cada instrumento, eso que ninguna máquina puede reemplazar. “Hay personas que aprenden el oficio como autodidactas, otros son discípulos de luthiers y algunos estudian. En cualquier caso, los resultados dependen de la experiencia y de la alquimia que se produce entre el luthier y el instrumento. Existe una forma de expresión única que se traduce después en la ejecución del músico y eso es maravilloso”.

Luego de conseguir la madera necesaria, comienza un trabajo nacido a partir de dibujos y moldes en el que se cortan las partes, los mangos, las tapas, los fondos, la matriz y los bordes. En este recorrido silencioso y solitario, Lino encuentra el romanticismo de su profesión, que más tarde une, prueba y fija en cada detalle. La sonoridad, las formas, los filetes, encuentran hogar en instrumentos de cuerda que más tarde son barnizados y puestos a punto. En todos los casos, estos objetos musicales son portadores de un “alma” cuya función es transmitir el esperado sonido: “La cuerda suena, transmite al puente, del puente a la tapa, de la tapa al alma y del alma al fondo”, recita en su explicación Lino acerca de cómo lograr un producto de completa vibración.

Sus materiales de trabajo son el cepillo, la gubia, la trincheta o el calibre, por mencionar algunos, y su oficio contempla a su vez, el arreglo y la restauración de guitarras, violines y violas. Luego de una nutrida experiencia en un taller de Buenos Aires, en 2010, y de darse a conocer entre los músicos de Tucumán, Lino gana adeptos en Mendoza y a través de Internet, donde le consultan por su trabajo desde distintos lugares, Brasil, Uruguay o Chile, por caso. “Un buen luthier, considera, debe ser confiable y responder a las necesidades del cliente, así como comprender el valor del instrumento que tiene entre manos. La calidez, el lustre, los materiales hacen el resto. Es que un instrumento de autor, sostiene Giacoboni, tiene piso pero no techo y empieza a sonar con el tiempo, cuando despierta”.

“En Argentina existe una tradición de luthería de años, cuando después de la Primera Guerra Mundial llegaron los primeros inmigrantes europeos con sus conocimientos, que hicieron circular y compartieron con sus discípulos. La durabilidad de un instrumento de estas características es a veces centenaria y, a diferencia de lo que muchos creen, hay que usarlo para cuidarlo y no al revés. La luthería es un acto creativo que requiere de mucha concentración y tiene mucho de romántico”.

Para conocer más sobre su trabajo, ingresar a www.giacoboniluthier.com

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