Archivo | marzo 23rd, 2016

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De viaje por Córdoba: La Candelaria, parte del legado jesuita

Dice la historia que en una larga noche de 1767, el rey Carlos III de España firmó la expulsión de los jesuitas de América. Sin embargo, el enorme legado de los hijos de Ignacio de Loyola permaneció en estas tierras casi intacto, y hoy puede visitarse en un recorrido que implica viajar 400 años hacia el pasado. Allí fue Correveidile en un febrero que se anunciaba caluroso, al menos en las alturas del noroeste de las sierras grandes. El objetivo era la estancia jesuítica de “La Candelaria” –hoy patrimonio de la humanidad- a unos 50 kilómetros de Cosquín. Nos acompañaba el arqueólogo Rodolfo Herrero y los músicos Marita Londra (Entre Ríos) y nuestro Jorge Marziali.

Por Jorge Marziali

La Candelaria es la más extensa de las estancias jesuíticas -3.000 hectáreas- y está ubicada en las Sierras Grandes, al noroeste de la capital cordobesa, en el departamento Cruz del Eje. Su nombre es un homenaje a la Virgen de las Candelas. Los terrenos de esta estancia fueron donados a los jesuitas, según consta en un documento del año 1673, por don Francisco Javier de Vera y Mujica, cuyo padre, el encomendero español don García de Vera y Mujica, los había obtenido por merced real a comienzos del siglo XVII. Se supone que el año 1693 fue el de la construcción del templo, pues esa fecha aparece grabada a cuchillo en un dintel de algarrobo. Una síntesis de ese viaje está ahora en estas páginas para información y deleite de nuestros lectores.  Si esa síntesis pudiera ponerse en palabras breves diríamos, como decía nuestro poeta cuyano, Armando Tejada Gómez: “se llevaron todo y nos dejaron todo”.

El antropólogo Rodolfo Herrero, uno de los más destacados investigadores cordobeses, comparte en “La Candelaria”, los festejos del 2 de febrero. “El gran mérito de los jesuitas –nos dice- es haber montado diversos centros de producción en muchos sitios del país. Los que se asentaron en esta estancia desarrollaron la crianza de mulas. Es decir, proveían un medio de transporte fundamental en la época. De aquí son muchas de la mulas que utilizó el general San Martín para el cruce de la cordillera”.

La carne de cordero es lo que más se consume en “La Candelaria” y sus alrededores. Los paisanos (pirquineros, domadores, alambradores y otros) se reúnen aquí cada 2 de febrero. Por la mañana imagen de la virgen morena en un breve recorrido que va desde el templo por algunos senderos y regresa al templo después de haber caminado rezando. Mientras tanto un grupo de paisanos lugareños se encarga de hacer el fuego y poner a la brasas varios corderos exquisitamente adobados. Al medio día comienza el reparto de trozos de carne que llevan a un mesón con una horquilla de apilar pastos. Allí estos criollos y sus familias se acercan para sacar bocados de carne que acompañan con vino en bota, o en cajitas. A un costado, criollos guitarreros y cantores inician un ritual de música y poesía que suele durar hasta bien entrado el atardecer.

En estas habitaciones construidas con piedra sobre piedra, sin puertas, ni piso, ni ventanas, dormían los trabajadores esclavos elegidos por los jesuitas para realizar las diversas tareas. En “La Candelaria” llegó a haber 250 trabajadores, la mayoría nativos comechingones y, en algún momento, hombres de raza negra traídos desde el Africa. Sólo 4 o 5 miembros de la orden de San Ignacio de Loyola controlaban esa cantidad de personas a las que encomendaban los durísimos trabajos de construir las pircas, abrir caminos, criar animales, domarlos y, por supuesto, construir y mantener impecable tanto el templo como la casa de los sacerdotes.

Una de las piezas de mayor valor histórico es la imagen tallada de la “Virgen de las Candelas, una de las pocas vírgenes morenas reconocidas por la iglesia católica. Los jesuitas enseñaron a los nativos algunas artes y oficios que, en algunos casos, estos desarrollaron en forma notable. Al ingresar a la capilla, sobre el costado derecho, se encuentra la vitrina con esta imagen –la más admirada- aunque el altar lo ocupa una imagen más común de la virgen, pintada con vivos colores y con un gesto más ingenuo. Las flores que adornan esta imagen y la vestimenta con capa y corona permiten que resalte su tez morena.

Durante muchos años estas construcciones sufrieron el abandono por parte de los gobiernos de turno. Recién cuando la UNESCO decidió declarar las estancias jesuíticas de Córdoba como patrimonio de la humanidad se inició un trabajo de protección y puesta en valor de estas construcciones milenarias. Aquí, otro sector de “dormitorios” de los indígenas convocados al trabajo, en este caso, derruido y muchas veces despojados de piedras trabajadas durante meses por aquellos mismos constructores.

Los muros de pirca fueron utilizados por culturas preincaicas como las amaichas, colalaos, tombones, quilmes. Luego de la conquista de los Incas, esta técnica de construcción se extendió por todo el imperio incaico, sobre todo para la construcción de caminos. En los alrededores de “La Candelaria” y durante casi todo el trayecto para llegar a la estancia, se pueden ver pircas centenarias. El antropólogo Herrero nos dijo que para reconocer su antigüedad es preciso observar el tamaño de las piedras de la base. Las que están construidas sobre piedras grandes son las más antiguas. Las pircas se usan hasta hoy como muro de contención, para la construcción de caminos y senderos, o de terraplenes o canchones (espacio cerrado por muros de adobe) para el cultivo. También como muro divisorio: construcción de recintos para la división de parcelas, corrales para animales, depósitos para la contención de semillas, etc., protección de los árboles contra los animales, o como base para las construcciones residenciales.

La Capilla del Rosario del Milagro se encuentra en el Paraje de “Characato”, designado Capital del Silencio. Esta localidad se encuentra a mitad de camino entre Cosquín y “La Candelaria”. La capilla se destaca por su valor histórico y su belleza arquitectónica. Está acompañada por la antigua construcción del casco de la estancia de Characato y emerge de la piedra, en medio de amarillos pajonales. Posee líneas austeras y fue construida con ladrillones y sus paredes tienen un espesor promedio de 57 cm. Las cabreadas de madera, alfajías y tejuelas de ladrillo, constituyen el techo a dos aguas que tiene como cubierta, bovedillas a la vista. El templo aún conserva el piso original, realizado con ladrillones La fachada, orientada al suroeste, está enmarcada por dos columnas simuladas y un frontispicio con abertura circular en el centro.

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