Archivo | enero 24th, 2014

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Edmundo Rivero: con voz de penumbra

“Una voz que parece venir de otro mundo, de algún rincón umbroso y sagrado, escondido en el corazón de la tierra”. Así era Edmundo Rivero. Así lo recordamos en el aniversario de su partida.

Por Nicolás Sosa Baccarelli

A Néstor Serrano y Carlos López Celis

Escena

Noche. Un almacén de luz pobre con mozos que manotean humo y sirven vasos petisos e interminables. Noche. Y un guitarrerío bravo bordoneando una vieja melodía que se anuncia. Cuando quieren acordar ya tienen la milonga machaza amaneciendo encima; y la noche, y la luna es un entrevero de miradas fuleras  que se tientan hacia un barro anónimo e incalculablemente oscuro. La voz que nace parece venir de otro mundo, de algún rincón umbroso y sagrado escondido en el corazón de la tierra. Así me lo contaron, o así lo imagino cada vez que pienso en don Edmundo Rivero, ese personaje del Quijote nacido en la pampa, como alguna vez lo pensó Cátulo Castillo.

Un “raro”

“El Feo”, era su mote; pero lo bautizaron como Edmundo Leonel.  Edmundo por Edmond Dantès, protagonista de la novela “El conde de Montecristo”, de Dumas. Su otro nombre, Leonel, recuerda a su bisabuelo inglés, mister Lionel Walton, que murió lanceado por los pampas. Así comienza la historia de este hombre, el sello de su nombre: esa mezcla lunfa de tragedia bonapartista y pampeana.

Indagar la figura de Edmundo Rivero es enfrentarse a un caso peculiar. Hombre cuya formación musical fue signada por la academia (estudió canto y guitarra en conservatorios nacionales, en años en los que la educación musical formal no era cosa de ver todos los días entre los cantores de tango); guitarrista- cantor,  bajo, en un mundo de tenores y barítonos, entre otras rarezas.

Su registro grave, le jugó al principio una mala pasada: el público no estaba acostumbrado a una voz de esa textura. Sin embargo su afinación, la coloratura de sus matices y las reminiscencias profundamente criollas que se realzaban por lo regular, con un repertorio pensado para potenciar las virtudes de su garganta, catapultaron a Rivero a un merecido prestigio.

Se trataba del primer caso de una voz notoriamente grave, que lograba imponerse en el escenario tanguero y seducir no sin esfuerzos a un público que creció junto a él y aún hoy, a casi cuarenta años de su partida lo sigue admirando con pareja devoción. Por si a alguien le cabe alguna duda acerca de las bondades de su voz, hay un hecho determinante: a lo largo de su vida, fue elegido como vocalista nada menos que por Julio De Caro, Horacio Salgán, Aníbal Troilo, Carlos Di Sarli y Astor Piazzolla. Decir esto, ya es mucho (por no decir indiscretamente que, con estos nombres, hemos mencionado casi todo).

Desde chico sintió atracción por la guitarra. Su tío Alberto le enseñó los primeros acordes, apenas los necesarios para acompañar algunas sextinas del Martin Fierro. Se cuenta que su primera presentación fue un dúo con su hermana Eva. Se trató de una transmisión radial en una emisora en la que luego fue contratado para integrar el conjunto que acompañaba a las figuras que se presentaban allí. En una entrevista realizada en los años 80 recordaría con humor estas andanzas: “El primer sueldo que cobré en la radio fue producto de un trueque entre la emisora y una casa anunciadora: ¡un pescado!… aunque a elegir entre pejerrey y merluza”.

También dio cuentas de su habilidad como guitarrista, tocando en presentaciones teatrales un repertorio de música clásica española. Debutó como cantor casi por accidente,  un día que se vio en la obligación de reemplazar al artista que acompañaba en Radio Splendid.  Más tarde pasó a integrar las filas del maestro José De Caro, donde se acercó a su hermano Julio De Caro,  quien lo convocaría a integrar su mítica orquesta.  Se cuenta que Don Julio despidió a Rivero al notar que la gente dejaba de bailar para escuchar al cantor, cuestión que a De Caro parece no haberle gustado mucho. De ahí pasó al conjunto de Humberto Canaro, hermano de Francisco.

Con orquesta, su desempeño fue excelente; con guitarras, superior aún. Las “violas” le daban a Rivero el acompañamiento justo a ese estilo campero, único, por el cual siempre será recordado.

Con Salgán

Hacia 1944  se uniría a la orquesta de otro “raro”: el legendario pianista Horacio Salgán. Trabajaron juntos hasta 1947. Las particulares interpretaciones del pianista y la voz grave del cantor, hicieron que el director artístico de Radio El Mundo sentenciara que “la orquesta era rara y el cantor imposible”. Así fue como los despidieron de la radio alegando “que Rivero cantaba mal y que Salgán tocaba peor”. Tres años duró la orquesta y se disolvió por falta de estímulos, sin dejar grabaciones.

Con Pichuco

A fines de los 40, Alberto Marino se desvincula de la orquesta de Anibal Troilo y es allí cuando Pichuco convoca a Rivero como vocalista, alternando en su momento con Floreal Ruiz.  La elección de Pichuco fue al menos curiosa, por no decir arriesgada. Curiosa porque era costumbre de Troilo elegir cantores jóvenes para “hacerlos” a la medida de su orquesta. En el caso de Rivero, se trataba de un cantor con un estilo ya definido. Igualmente nos parece curioso – y, personalmente sí lo imagino arriesgado desde el punto de vista comercial-  la idea de suplir a Alberto Marino, ese exquisito tenor jamás igualado,  con Edmundo Rivero. Se estaba frente a dos talentosísimos cantores, pero de estilos absolutamente diferentes, casi antitéticos. Sin embargo la experiencia fue positiva. El oído de Pichuco era infalible.

Este acontecimiento es un hito consagratorio en la carrera del cantor. Las grabaciones de este período son sencillamente geniales.

Con Piazzolla y Borges

En 1950 inicia su etapa como solista, acompañado por un conjunto de guitarras; pero será recién en 1965 cuando se producirá el nuevo jalón en el transcurso de su carrera: la convocatoria para interpretar las milongas de Jorge Luis Borges, musicalizadas por Astor Piazzola. El disco se tituló “El tango” y contaba también con la participación del actor Luis Medina Castro como recitante. Borges, Piazzolla, Rivero. Esta obra es una de las joyas invaluables de la cultura nacional.

También pasó por el cine, participando en algunas películas; aunque su faceta menos conocida sea acaso la de escritor y erudito del lunfardo.  Publicó dos libros: “Una luz de almacén” (1982) y “Las voces, Gardel y el tango” (1985), y dejó otro inédito en el que abordaba temas de poesía lunfarda. Su vocación por el estudio del tango y del lenguaje le mereció tres distinciones de la Academia Porteña del Lunfardo, entre ellas, su nombramiento como miembro de número.

En el plano de la poesía y la composición musical, nos dejó un manojo de valiosas páginas. En 1969, inauguró  su local, lugar que se transformaría con justicia en un templo del tango: “El Viejo Almacén”, en Balcarce e Independencia.

“Lo recuerdo como un caballero muy cortés, lleno de curiosidades intelectuales, conversador atrapante, un señor cuya condición espiritual estaba hecha de afabilidad y de respeto” lo describió años más tarde, José Gobello.

Tenía 74 años, el 18 de enero de 1986, cuando el tango lloró sin consuelo su partida.

Ilustración: Pablo Pavezka

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Taller de ecoladrillos! -->

Taller de ecoladrillos!

Organizado por los Amigos del Barrio Cano y la Bioferia Mendoza, el sábado 25 de enero tendrá lugar un Taller de construcción de eco-ladrillos (una combinación de botellas de plástico PET + cualquier tipo de plástico, como bolsas, envoltorios de arroz, fideos, papel higiénico, etc).

La iniciativa forma parte de la campaña barrial “Sumáte y reciclá” y comenzará a las 11 hs. en el parquecito de Boulogne Sur Mer y Jorge A. Calle, Ciudad. La actividad, libre y gratuita, contará con la presencia de los facilitadores de La Vertiente Permacultura y Arte.



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