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A 20 años del fallecimiento de Astor Piazzolla, hacemos un breve repaso sobre el valor de su obra.

El insurrecto

Es el músico argentino más conocido en el plano internacional y uno de los más importantes del mundo de la segunda mitad del siglo XX.

Por Nicolás Sosa Baccarelli

Vicepresidente de la Academia Mendocina del Tango

Puso un pucho en su boca y un pie sobre un cajón. Y estiró el fueye sobre su muslo como un gusano gordo y quejumbroso. Así emprendió Piazzolla su revolución. Así escribió su nombre en la historia de la música; con esa seguridad… con esa insurrección.

Nació en Mar del Plata, el 11 de marzo de 1921, pero vivió gran parte de su infancia en Nueva York, donde tuvo su bautismo de fuego en las aguas sagradas del tango: Carlos Gardel.

Por circunstancias azarosas – o no tanto…-  conoció al ídolo de la canción rioplatense que se encontraba por entonces en Manhattan, filmando la película “El día que me quieras”. Se hicieron amigos, transformándose el niño Astor en el guía turístico y traductor de Carlitos. Dicha amistad hizo que Gardel le ofreciera un modesto papel de canillita en la película.

El universo musical del principiante bandoneonista pasaba por el jazz y los clásicos cuyas obras inspiraban sus primeras lecciones de música. Su corazón aún no latía al compás de Arolas y de Bardi; vibraba con las cadencias de  Bach y de Gershwin.

Una noche, en ocasión de un asado organizado por Gardel, los astros se alinearon dando lugar a un episodio que tuvo más de eclipse que de coincidencia: Gardel miró al niño bandoneonista y le dijo: “Ahora poné la música de Arrabal amargo y dale con todo”. Era la primera vez que Astor tocaba un tango y lo hacía con Carlos Gardel. Había nacido el dúo Gardel-Piazzolla. Más tarde sus rumbos se abrieron, a pesar de que Gardel le enviara dos telegramas invitándolo a viajar con él y sus guitarristas. El padre de Ástor, “Nonino”,  le negó el permiso. De ese modo y sin saberlo, lo salvaba de la tragedia de Medellín que le costaría la vida al Zorzal.

Buenos Aires hora cero 

 

Regresó a la Argentina en 1937 y conoció la orquesta de Elvino Vardaro. “Recibí la primera puñalada en el hígado. Yo quiero hacer esto, me dije. Después escuché a Aníbal Troilo y me vino como un ataque. Lo mismo me pasó con otras orquestas como la de Pedro Laurenz y la de Pedro Maffia” contaba Piazzolla años más tarde.

Su formación musical se hacía cada vez más sólida.  Estudió con grandes maestros de la talla de Bela Wilda, Alberto Ginastera, Raúl Spivak, Nadia Boulanger, entre otros.

Un día, un bandoneonista de la orquesta de Aníbal Troilo había faltado. “Porqué no probamos a este pibe que siempre nos viene a ver, y que es bandoneonista” le propuso uno de los violinistas –Hugo Baralis- a su director. Pichuco aceptó, le bajaron un bandoneón del palco y Astor “se probó”. ¿Qué tocó?  La “Rhapsody in blue”, de Gershwin.  No hizo falta darle tiempo para estudiar los arreglos de la orquesta, se los sabía de memoria.

Así comenzó el joven Piazzolla en el prestigioso conjunto de Pichuco donde hizo conocer sus primeros arreglos y orquestaciones que ya denotaban por aquellos años, una visión vanguardista que crecía al calor de una de las excelsas orquestas típicas de la época. Bebía de la mejor tradición tanguera  y en su regazo incubaba su revolución.

El Piazzollismo

Más tarde dirigió la orquesta del cantor Francisco Fiorentino y en 1946 formó su primera orquesta. Sus trabajos de esta época, prefiguraron un proceso de evolución que culminaría en un franco distanciamiento de las reglas aceptadas de composición e interpretación del tango. “El desbande”, “Para lucirse”, “Revirado”, entre otras obras de estos años, anticipan su estilo y el giro estético que propiciaría, más cercano al quiebre que a la innovación.

A lo largo de su vida, constituyó numerosas formaciones orquestales propias de integración variada, que van desde la mencionada orquesta típica de 1946, el “Octeto Buenos Aires” de la década del 50, y los quintetos posteriores, hasta modernos conjuntos con matices electrónicos, de colores novedosos y muy lejanos a los moldes del tango tradicional.

Entre sus innumerables obras, sus piezas “Adios Nonino” -escrita al enterarse que su padre había fallecido-, “Libertango”, “Triunfal”, “Lo que vendrá” adquirieron rápidamente, renombre mundial y dieron muestras de la genialidad de este maestro de la música de todos los tiempos.

Encontró en Horacio Ferrer, la poética vanguardista justa. Músico y poeta, conformaron un dúo irrepetible del cual nacieron obras tales como “Balada para un loco”, “María de Buenos Aires”, “Chiquilín de Bachín”, entre muchas otras piezas inolvidables que exhibieron una estética urbana fresca y profunda. El tango no estaba muerto. El “Viejo ciego” de Manzi,  ese parroquiano puntual y meditabundo que había habitado el tango por décadas, reencarnaba en un chiquilín que vendía flores y se perdía en  las noches, ahora ruidosas y asfaltadas -pero igualmente frías- de la ciudad. Buenos Aires era otra… el tango también.

Balance

Todo, en Piazzolla, fue controversial. Sus geniales composiciones, el estilo de sus conjuntos y su modo de ejecutar el instrumento, causaron polémica desde un principio.

Más allá de la nostalgia por los “años dorados” perdidos  para siempre, el tango transitaba, efectivamente, una preocupante meseta. En ese contexto Piazzolla desarrollaba el nudo esencial de su obra.

Sus movimientos seguros, su incurable arrogancia, acompañaron un sonido nuevo que operó para muchos como un factor provocativo y desestabilizador.

Jamás se discutió el valor ni la calidad de su obra. El debate tuvo como eje desentrañar si Piazzolla hacía o no “tango”. ¿Discusión terminológica u ontológica? ¿Vana o sustancial? Con el correr de los años, estas disputas cobraron una virulencia inusitada, tanto en círculos académicos como en ámbitos populares.

Su obra por demás rica y de una exuberancia inigualable, había trascendido los cánones, sagrados para muchos, del “Decarismo” (en alusión al legado de Julio De Caro, quien fijó las bases del tango clásico) ingresando a un terreno nuevo e insospechado hasta el momento.

Piazzolla fue considerado por muchos, como el hijo dilecto de la más elevada tradición musical de los 40, la llamada “década de oro” del tango. Otros vieron en él, un imperdonable parricida que se convirtió  de talentoso  en  iconoclasta.

Entre la tradición y la vanguardia no se construyó una dialéctica enriquecedora, sino un árido debate que serpenteó sin rumbo durante décadas y, a veinte años de su partida, aún muestra sus secuelas.

Lo que vendrá

 El 4 de julio de 1992 falleció, luego de una larga agonía, el bandoneonista que revolucionó la música nacional, y llegó a todos los rincones del mundo con su arte

Actualmente y a veinte años de su partida, Astor Piazzolla es el músico de tango más conocido en el mundo.  Se trata de un compositor admirado y celebrado por las más notables figuras de la música internacional, y presente en los repertorios de prestigiosos concertistas, conjuntos de cámara y orquestas sinfónicas.

Por lo demás, el “postpiazzollismo” ha sido, salvo contadas excepciones, una seguidilla de fracasados intentos y de regulares o malas imitaciones.  Pocos han logrado ofrecer al tango, aportes de respetable magnitud y valor. La obra de Piazzolla representa una herencia honda pero cargada en la música de los argentinos. Como la de Borges en nuestra literatura, la presencia de Piazzolla en la historia del tango, perdurará como una estrella resplandeciente e imposible de ignorar.

¿Era tango? ¿No era tango?…  Qué poco importa.

Opinión

Roberto Valenti.

Periodista de tango. Conductor del programa “Tangos para el Siglo XXI” por radio Universidad.

Astor Piazzolla produce el gran cambio en 1955, con el “Octeto Buenos Aires”. A partir de ese momento, que constituye una gran bisagra en la historia del tango, es verdad que Astor llevó el sonido tanguístico a un punto sin retorno. Pero no creo que esto constituya el “fin de la historia” del género. Todo lo contrario. Lo que ha sucedido es que Piazzolla tomó las raíces del tango y les puso alas. Los músicos y los poetas talentosos entendieron que, desde entonces y para siempre, el tango puede volar cada vez más alto. Ellos van a evitar las trampas de la nostalgia.

El tango de Astor es para oírlo en una única intimidad, esa intimidad inexpugnable a la que sólo cada uno tiene acceso. Siendo su tango tan ciudadano, su ámbito no es el barrio, ni la calle, ni el café. Su tango es para ese espacio donde solemos convocar a algunos sueños que nos gratifican el alma y que tenemos escondidos  para legarlos a nuestros hijos. Simplemente porque Piazzolla compuso para ellos. Astor sembró su talento (esa increíble semilla tanguística) en un momento en que la tierra se tornaba muy árida para un género musical que en algún momento nos identificó. La semilla germinó y se expandió por todo el mundo. Astor con paciencia logró la trascendencia internacional del tango, y, además, lo más importante para mí: hoy la ciudad de Buenos Aires puede nombrarse con sus tangos.

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