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Vecinos viajeros

Una periodista suelta en Nueva York

 

Por Gabriela Figueroa

Por un lado esto de saberse “sudaca” para los viajes al primer mundo…hum… gestionar la visa primero en Amicana –sede de EEUU aquí- para luego viajar a Buenos Aires, ir dos días seguidos a distintas sedes
porteñas… poner cara de “soy turista, no voy a trabajar, no tengofamiliares y tengo muchas propiedades en Mendoza”, más la paranoia de los yanquis después de que le reventaron en el Word Trade Center las
torres inmortales… dejar solo a mi hijo Álvaro…en fin, se me habían quitado las ganas de ir a reencontrame con mi hijo Rodrigo, en Nueva York.
Pero por otro lado, el recuerdo de Manhattan de hace 15 años, en donde había hecho un seminario de periodismo junto a Jaime Correas, Marcelo Tórrez,  Marcelo Sisso, Carlos Morón, Carlos Hernández, Marcelo Luna, Gabriela Abihaggle, entre otros colegas, me daba señales que en una ciudad “tan peligrosa”, mi hijito –serán grandes nuestros bebés y una sin asumirlo- que venía de trabajar en Colorado no podía, no debía, estar solo esos quince días de sus vacaciones. Obviamente su madre debía partir a Nueva York…subestimando el paño.
Así que apenas terminado trámites y con la visa bajo el brazo partí sola a esperarlo en un hostel, baño compartido ¡!!! -horror- en Chelsea.
No fue tan grave tomar el Air Train, el subte, llegar a la ex zona de los grandes mataderos hoy remodelada. Tampoco fue tan grave el baño compartido, algo común, ante los exorbitantes precios de los hoteles.
Una semana en el hostel 309 -14 street entre 8 y 9- por casi 800 dólares, una vicoca.
En dos días más llegaría mi retoño con sus dólares frescos de su trabajo en Keystone, uno de los centros de esquí que están incluídos en el programa Work and Travel, para estudiantes universitarios.
Compartiríamos algunos gastos, lo cual no era mala propuesta.
Así que salí a recorrer. Primera parada ineludible, la Quinta Avenida, el parque Central, el Museo Metropolitano, y lo habitual de Manhattan.
Luego, los demás datos suministrados por Analía Giménez, periodista de San Rafael, que hacía poquito había estado allí. “Tenés que hacer el tour de Sex and the City, que yo no alcancé..” y en homenaje a ella trepé en uno de los costados del Central Park a un bus que nos llevó a todos los lugares en donde se filmó esta serie
furor en EEUU y en mi cabeza, ya que casi me sabía de memoria cada uno de los capítulos en donde las cuatro neoyorkinas, Carrie, Samantha, Charlotte  y Miranda tuvieron sus andanzas. Precio: 48 dólares.
En Broadway, entre las deslumbrantes obras que hay -entre ellas Evita-, elegí Mary Poppins, ya que mi inglés básico me iba a permitir entender esta historia  fantasiosa que ví numerosas veces cuando la interpretaron Julie Andreus y Dick Van Dike, dirigida por el “¿congelado?” Walt Disney. En este caso Mary Poppins cerraba la obra volando por todo el teatro, así como el hombre Araña, al lado, trepaba por todas las paredes o el fantasma de la ópera habría la puerta para que el público saliera por el escenario. 60 dólares la entrada más
barata, no resultó tan cara para lo que vi en el New Amsterdam Theatre.
Y como  ya me había extralimitado el límite de mis gastos diarios, empecé con la parte gratuita. En el Metropolitan Museum –paso obligado- si bien la entrada cuesta 25 dólares, al ser una fundación,
uno puede dejar lo que quiere. Y 10 dólares estuvo bien para mí, que sólo recorrí el primer piso.
Esperé el viernes, que es el día gratis del MOMA, Museo de Arte Moderno, para ver la impecable muestra de Diego Rivera -sigo sin entender su socialismo asociado a Rockefeller, en fin-.
Llegó mi hijo Rodrigo y esa misma noche viajamos, gratis, en ferry a Staten Island, cuyo viaje te permite pasar a metros de la estatua de la Libertad, como digo, sin pagar un penique. Este viaje es más que recomendado.
 Sí, todos sabemos que con plata todo es más fácil. Pero se puede viajar “a lo gasolero” y disfrutar, no digo lo mismo, pero sí parecido… Ir un domingo a una misa en Harlem -Greater Refuge of Harlem-, además de seguro, es una de las vivencias más lindas del viaje. Los negros cantando, felices, un sermón con alegría y esperanza, me hace aún repetir para mis adentros “Aleluya Brother, be happy now”. Mi anticlericalismo analizado me hizo vivir intensamente esta experiencia.
Hoy el edificio más alto de Nueva York volvió a ser el Empire State -102 pisos tiene
esta torre, mientras que las Twin Tower tenían 110-. No tomen la excursión cara. Hagan el oficial (44 dólares). Los paseos por Rock Café también los pueden hacer gratis y ver desde una guitarra del ex beatle  John Lennon hasta la ropa del último show de Madonna -una hamburguesa 15 dólares, pero el baño es gratis y es divino-.
Me dí cuenta que en Nueva York no hay rejas, las mujeres no llevan la cartera incrustada en la costilla flotante, se puede dejar el celular en la mesa cuando van al baño… y si bien seguramente hay barrios y zonas inseguras, en veinte días me sentí libre, sin problemas de andar por el metro a las tres de la mañana y, sin darme cuenta, empecé a dejar la cartera colgada en la silla de los lugares públicos donde iba.
Estoy de vuelta. Termina marzo. Quienes me conocen saben que peso que gano lo invierto en viajes, que es lo que se llevarán mis cenizas  puestas. Esta vez me tocó vacaciones inolvidables con mi niño.
Conozco Japón, Europa,  Lationamérica, el Caribe -no soy tan viajadacomo  mi admirado periodista y profesor  Fabián Varela- y sigo apostando a mi tierra, en donde a pesar de la inseguridad que nos duele a todos; de la cola para la nafta; de los dos litros de aceite por persona…tengo mis afectos, mi trabajo que es maravilloso y mi futuro que encierra nuevos desafíos por vivir y aquí debo dejar mi granito de arena por un mundo mejor.

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