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La crisis de los partidos políticos

Por Alejandro Salomón

En los últimos días  ha tomado visibilidad la crisis política por la que  atraviesa el partido gobernante en Luján de Cuyo  al conocerse  la ruptura de sus Concejales y legisladores con el Intendente. Hablamos precisamente de la crisis por la que atraviesa el Partido Demócrata (PD)en la provincia.  Podemos aseverar que esa crisis carece de toda originalidad en la medida en que la Unión Cívica Radical (UCR) y el Partido Justicialista (PJ) han atravesado, o están atravesando crisis de similares características.

La crisis que tuvo que sobrellevar la UCR   respondía a posiciones encontradas entre quienes apoyaban el proyecto kirchnerista en el año 2007, y quienes se oponían a una alianza electoral con quienes ya venían gobernando la Nación. A la vista del ciudadano común, existían dos radicalismos. Esta situación recién comienza a  encauzarse a partir del retorno de  quienes desencantados con el matrimonio presidencial, inician su retorno  al partido que los vio nacer.

En el PJ, la situación no es  muy diferente. El Gobernador (parte del proyecto del  matrimonio presidencial) rompe sus relaciones con el Vicegobernador  (parte del proyecto del justicialismo opositor)  y ambos dirigentes, de trayectoria y origen  político en el Justicialismo, elegidos en el mismo proceso electoral,   se convierten  de pronto en oficialismo y oposición. En forma similar, y sin mucho para entender, los ciudadanos  se encuentran de pronto con la existencia de dos Justicialismos.

Lo que ocurre en el PD no es muy distinto. Hay dirigentes que son más proclives  a compartir un espacio político  junto al sector justicialista enfrentados al matrimonio presidencial; versus dirigentes que en el ejercicio de la función ejecutiva ven las ventajas políticas de  mantenerse aliado al gobierno provincial, y así obtener por derrame los beneficios de pertenecer (o al menos no estar lejos) del proyecto kirchnerista. Nuevamente, lo que  advierte  el ciudadano común, es la existencia de dos Partidos Demócratas.

Ante semejante desquicio partidario, el ciudadano común debería ver esté proceso político con suma preocupación, puesto que lo que sucede no es algo ajeno (o lejano) a su vida cotidiana. Esto es así en  la medida en que son los integrantes de un Partidos Políticos quienes lo van a representar, y en tal carácter, tomaran decisiones que atañen a la administración de lo público, y como tal, influyen en la vida cotidiana de cada uno de nosotros.

La política debe responder por aquellas cosas que hacen al interés común, y ante la imposibilidad fáctica de que la ciudadanía en forma conjunta decida a diario sobre la administración de las cosas de interés común, es necesario hacerlo a través de representantes.  Ahora, ¿cómo hace un ciudadano para elegir a la persona que  lo representará en una infinidad de temas nacionales, provinciales o municipales, y que seguramente influirán de alguna u otra manera en su vida?. En este punto, también es imposible darles un mandato concreto a nuestros representantes en cada uno de los más variados temas en los que deberá intervenir. Que el representante  sea bueno (o parezca ser  bueno) no alcanza, es una condición necesaria pero no suficiente. Del representante debemos saber que piensa.

La propia existencia de los Partidos Políticos trata de dar respuesta a estas dificultades. A través de ellos, se intenta que el elector tenga un marco de referencia sobre un conjunto de ideas que van a ser defendida en los ámbitos que corresponda, y que esas ideas no van a mutar en el tiempo. Es la solidez de ese conjunto de ideas (la ideología) y de los principios sustentan lo que  le dará al votante ciertas garantías  sobre el accionar de sus representantes. De lo que se trata entonces, es que  un Partido Político de garantías, un marco de referencia al votante de las posiciones que sustentarán sus miembros al momento de discutir y votar sobre las cosas de interés común.

Planteada la importancia de los Partidos Políticos en el sistema democrático, nos queda profundizar en las causas que provocan su crisis. Sería ingenuo pensar que tal situación es fruto de una desgracia colectiva, o una mera coincidencia temporal y espacial. Las similitudes de la crisis que atraviesan estas organizaciones tienen una fuente común, que aunque se trate de ocultar, también es de carácter  ideológico. Es la profundidad con la que se instaló – en la sociedad en general, y en los políticos en particular -  el discurso ºneoconservador en  la década de los 90`, el que  ungía el fin de la historia, y la muerte de las ideologías.

Especialmente la clase política se sumo al discurso neoconservador (aunque muchos se presentaban como progresistas) dando por terminada la ideologías, y con ella la izquierda y derecha, sin advertir que estas son visiones filosóficas que representan una forma de ver al hombre y a la sociedad. A partir de ese discurso neoconservador es que  dejaron de tener sentido las identidades colectivas (partidos políticos), motivo por el cual las instituciones básicas de la sociedad  solo están  orientarse hacia el individuo como  consumidor, y no al grupo o comunidad.

Esta posición queda muy clara en aquellos discursos que hacen referencia a la etapa pospolítica, se habla de lo políticamente correcto y de  la era de la modernidad reflexiva. Es una forma de matar el pensamiento, sustituyéndolo generalmente por una verborragia de epítetos peyorativos al adversario que nada tienen que ver con las ideas, y mucho menos  con la  política.

Por el bien común, es de esperar el esfuerzo necesario de los dirigentes para  la recuperación y el fortalecimiento de estas organizaciones políticas,  de manera que  puedan ofrecer al ciudadano  los mejores representantes,   con total transparencia de las ideas que sustentan, y cuál será el marco de referencia que los contiene.

En definitiva, ese es el concepto de democracia, la libre discusión de las ideas, y partiendo de las  diferencias (lo que es bueno que las haya) buscar los consensos necesarios para implementar las mejores políticas. Es a   través de la construcción  de consensos en donde ya no tienen cabida los trasversales, ni traspases partidarios, prácticas que  tiene más que ver con la subsistencia del dirigente, que con los verdaderos intereses del representado.

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