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Tren Trasandino

Tren Trasandino

Tren Trasandino

 

El 30 de abril finalizó la muestra en el Archivo General de la Provincia realizada para conmemorar el primer centenario del Trasandino, el tren que comunicaba nuestro país con el Océano Pacífico. Justo homenaje para una de las grandes obras de ingeniería del hombre, realizada a una altura mayor que cualquier otro tendido ferroviario en el mundo.

A través de la exhibición de objetos originarios y bellísimas postales de pasajeros, estaciones, locomotoras y rieles cubiertos de nieve, se buscó rescatar del olvido una epopeya que, teniendo en cuenta el contexto de la época, bien puede compararse por su envergadura a la del Canal de Suez o al de Panamá. Y que nos brinda el orgullo de tenerla en nuestra tierra mendocina. Es así que desde el Ferroclub Trasandino, el Archivo de la Provincia y don Ernesto Flores, de la Estación Blanco Encalada, aunaron esfuerzos para que las nuevas generaciones conozcan la historia de este tren que durante casi un siglo hizo posible un fluido intercambio comercial y turístico entre argentinos y chilenos. 

Cómo empezó

Aprovechando el tendido del primer servicio telegráfico entre Santiago de Chile y Mendoza se iniciaron las obras con la primera estación, en calle Belgrano. El edificio es de 1891 y ha sido rehabilitado el año pasado como sede del Archivo General de la Provincia

“En 1891 ya estaba la idea perfectamente formada sobre qué tendido hacer. Concluida la estación fue cuestión de hacer rieles hasta llegar a la distancia requerida por la locomotora para repostar y cargar el agua. Entonces ahí se hacía otra estación y se habilitaba un tramo más. En el trayecto, a medida que avanzaba el tendido, se brindaban servicios. Así es como están documentados viajes idas y vuelta entre Mendoza y San Vicente -hoy Godoy Cruz- y, más adelante, a Cacheuta, donde estaba el famoso Hotel Termal, por ejemplo”, cuenta uno de los pilares de esta muestra, Rubén Lépez, presidente del Ferroclub Trasandino Mendoza. Desde el lado chileno pasaba lo mismo. Las obras comenzaron en 1889, desde la ciudad de Los Andes. En la actualidad, la estación Los Andes se conserva como tal, ya que “ellos siempre utilizaron el ferrocarril trasandino para transportar minerales que extraen cerca de Río Blanco”, sigue Rubén.

Cuentan los documentos exhibidos en la muestra que, por estos pagos, hubo que vender terrenos a los hermanos Clark –Juan y Mateo, chilenos hijos de inmigrantes ingleses que fueron los gestores de este monumental proyecto- para poder continuar el trazado de la línea ferroviaria.

Debido a lo difícil del terreno se utilizaron tecnologías muy modernas para la época, como las cremalleras para que las locomotoras pudieran subir la pendiente y durmientes de acero para resistir la tracción de éstas. También debieron construirse túneles y cobertizos para protegerse de las nevadas y desprendimientos de rocas.

Esta maravilla de la ingeniería se inauguró en una fiesta con toda pompa en 1910. Se eligió una fecha simbólica: el 5 de abril, conmemoración de la batalla de Maipo, librada en Chile por el general José de San Martín. Los hermanos chilenos se sumaron al festejo, encontrándose ambas comitivas justo en el centro del túnel que alberga el límite entre los dos países.

Unos días después, entre el 15 y 20, se inició el tráfico de pasajeros que, incluyendo varios contratiempos surgidos a raíz de los conflictos entre los dos países, funcionó hasta 1979, año en que fue suspendido. No pasó lo mismo con el transporte de cargas que continuó hasta que, en 1984, un rodado destruyó 500 metros de vía y se suspendió definitivamente todo servicio.

Estación de trenes

Estación de trenes

La liquidación del servicio ferroviario fue sin dudas, una tragedia para el país. Lépez asegura que “dejamos de tener un servicio que era deficitario, pero que en todos los países del mundo lo es. No hay ninguna administración ferroviaria que vaya a cortar un servicio de pasajeros porque no le da ganancia. Siempre la ganancia la da la carga y además hay que computar la ganancia ambiental”.

“Poner nuevamente en la vía al Trasandino permitirá una capacidad de carga de 15 millones de toneladas al año”, lo que aliviaría el terrible colapso que actualmente sufre el corredor bioceánico, sobre todo en cada invierno cuando la ruta se puebla de largas filas de camiones varados.

DESTACADO

A comienzos de siglo se vendían paquetes turísticos desde Europa que ofrecían un viaje en barco a Buenos Aires, más tren a Mendoza y de aquí, al hotel de Termas de Cacheuta, en el tren Trasandino. Después, cuando habilitaron la hostería de Puente del Inca, sucedió lo mismo.

Subordinada

Vino casero y dulces después del último tren

Don Ernesto Flores, otro de los pilares de la muestra del Archivo de la Provincia, es uno más de los que consagraron toda una vida al tren. Él fue el jefe de la estación de Blanco Encalada durante treinta años, en los que logró atesorar varios objetos a los que salvó de aquel nefasto tren que recorría las estaciones llevándose todo lo que quedaba después del final: maquinarias, linternas, uniformes, en fin.

En julio de 2001, Correveidile lo entrevistó por ser una de esas valiosas personas que vale la pena conocer –edición N 14-. Por ese entonces, la labor de don Ernesto pasaba bastante desapercibida. Luego de esa nota, llegó el reconocimiento del resto de la prensa y de las autoridades municipales.

En aquella ocasión, don Flores, dedicado por esos años sin tren a la fabricación de vino casero con la melesca de la cosecha, nos contaba que “la Estación Blanco Encalada fue un punto clave para los trenes de carga y de pasajeros que viajaban a Chile, hasta la década del ’80, cuando se inauguró el poliducto de Luján de Cuyo hasta Montecristi, en Córdoba”. Esto y el incremento en la frecuencia de viajes en micro a Chile, contribuyeron con la lenta agonía del Trasandino.

Su mujer, Avelina Germigniana, era quien se encargaba del telégrafo. “El teléfono llegó recién en el ’85, así que en esa década dejamos de ver pasar el tren y empezaron también a mermar los comunicados en sistema morse”, recordaba en aquél invierno en que el nuevo siglo nacía, en la vieja estación de Blanco Encalada, a la que salvó del abandono y que, gracias a sus gestiones, se había reciclado en sede de la delegación municipal de Luján y de una biblioteca popular. Ambas instituciones hoy cuentan con instalación propia a unos metros del antiguo edificio ferroviario, donde don Ernesto Flores sigue trajinando como en sus buenos tiempos de jefe de la estación de Blanco Encalada. Sólo que ahora, y desde hace casi treinta años, en la producción de vino casero y colaborando con su mujer en la de dulces y conservas naturales, hechos con los frutos de arboledas que crecen en su patio, en la vieja cocinita de hierro.

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